Diario Electrónico de Mejillones Fundado el 2 de noviembre del 2001 |
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CRIMEN DE LAS MACETAS: HORROR EN MEJILLONES
Wilfredo Santoro Cerda
Hace pocos menos de un siglo el horror se apoderó de esta zona. Un vecino de Mejillones fue asesinado, cocido en una batea, luego descuartizado para que finalmente sus restos -reducidos al mínimo- fueran repartidos en inocentes maceteros con plantas que curiosamente, crecían vigorosas.
Todo partió con una torcida historia de amor. Corría el año 1927 y en el barrio Casa de Máquinas era vox populi la relación extramatrimonial que protagonizaba una vecina del sector: Amelia Venegas, con su cuñado, el trabajador ferroviario José Vicente Rojas. Este último era casado con una hermana menor de Amelia, mientras que ella era esposa de Emeterio Borvarán, obrero de la misma empresa.
Emeterio era un hombre bastante sencillo y no muy agraciado. De hecho, carecía de visión en un ojo. Junto con su mujer tenían cinco hijos y al momento de los hechos, ésta se hallaba embarazada de un sexto.
Un cuento titulado “Casi perfecto”, publicado por Juana Guerra Cereceda el año 1998, describe este asesinato. Los detalles fueron entregados por Ernesto Salinas quien, niño, era vecino del lugar en que se desarrolló el drama. Ya adulto, Salinas habría de convertirse en juez de Mejillones. Aunque ya fallecido, una avenida local lleva su nombre.
Emeterio Borbarán, víctima del crimen
En lo medular, un 29 de octubre de 1927 José Rojas citó a su concuñado Emeterio para que arreglara una ventana en su casa, donde se hallaba solo. Primero le dio a beber cervezas y luego, mientras iniciaba su labor subiendo a una escalera le propinó un mortal golpe en la cabeza con un cepillo para madera o garlopa.
Una vez consumado el crimen Amelia se hizo presente en la casa de su amante, con el objeto de apoyarlo en el encubrimiento del delito. Ayudó a trasladar el cuerpo de su marido hacia una batea en el patio. Allí encendieron fuego y calentaron agua que luego vertieron sobre la víctima. Según declaraciones posteriores fue “…para forzar la coagulación y evitar manchas de sangre”.
El alevoso suceso permaneció oculto por dos meses. Durante ese lapso, sólo un amigo de Emeterio pareció preocupado de su paradero. Se llamaba Rosalindo Cornejo. Éste acudió a la vivienda de Amelia ante la falla de Emeterio al trabajo. Ella le dijo que su marido había viajado. Ante la incredulidad de Rosalindo le señaló que ya le había escrito desde Antofagasta. Rosalindo pidió ver la carta. Ante eso la mujer respondió que no la tenía a mano, que volviera al día siguiente.
Efectivamente al otro día Amelia le mostró la carta, fechada el 30 de octubre, un día después del crimen. Estaba dirigida precisamente a Rosalindo. Decía que “estaba muy mal de la vista” y pide ayuda para que a su familia “no los molesten por la casa”. Debe recordarse que se trataba de un campamento cedido por la empresa y él aparecía como un trabajador que abandonó sus labores.
El primero de noviembre Amelia aparece con otra carta para Rosalindo. En esta ocasión pide que entregue a su esposa carnet y libreta de seguros. Anuncia que va mal la recuperación de su único ojo, que está solicitando ayuda a su padre y que se dispone a viajar al sur.
Entre carta y carta, ella y su cuñado van repartiendo tarros habilitados como macetas, los que contienen restos del marido asesinado.
CARTAS QUE IMPRESIONAN
Envalentonados por el efecto encubridor de las cartas, Amelia y su amante escriben una nueva misiva el 19 de noviembre. Esta vez la destinataria sería ella misma, la esposa infiel. En estas líneas la pareja coloca una serie de instrucciones que supuestamente provenían de la víctima. Por el cinismo y la burla que encierran, transcribimos textualmente un párrafo.
“…mira, yo sigo mal, pero no tengas cuidado, yo pienso seguir al sur, así me ha aconsejado el médico. Hija, harás lo posible por vender todo lo que puedas… y si te incomodan por la casa, trasládate donde la Catalina (hermana) y dile a Rojas (el asesino) que tenga paciencia, que alentándome yo entraré a trabajar para pagarle todos sus servicios y sacrificios…”.
El 26 de noviembre de 1927 Amelia hizo llegar una carta al Centro “Alianza”, institución social que congregaba a trabajadores del Ferrocarril. En esta pedía ayuda económica por considerarse “víctima de la indigencia”. Explica que es madre de cinco hijos y uno por nacer y que no puede trabajar por hallarse enferma.
Diciembre transcurrió sin mayores novedades hasta que a fin de año un perro sacó un brazo humano en el sector conocidos como “Carboncillo”, al interior del recinto ferroviario. Este acontecimiento disipó todas las dudas de Rosalindo –el amigo de Emeterio- quien se dirigió donde el Juez de la Subdelegación: Aníbal Gacitúa a quien le manifestó sus sospechas sobre Amelia ante la desaparición de Borbarán. También le entregó un detalle que había mantenido en reserva: Emeterio era analfabeto, no sabía escribir.
EL MOMENTO DE LA VERDAD
El juez Gacitúa se dirigió inmediatamente a la casa de Amelia. Allí encaró a la mujer con todos los antecedentes de los cuales disponía. A saber, su relación extramatrimonial, la intempestiva desaparición del marido, las cartas que decía le llegaban, la aparición de un brazo que respondía a las características de su esposo y por último, la circunstancia que el escritor de las misivas era analfabeto.
Ante tales argumentos la mujer estalló en llanto confesando el horrendo crimen. Un par de horas después aparecieron a caballo en el patio del Ferrocarril el teniente de Carabineros Aniceto Herrera y el cabo José Valenzuela, quienes se acercaron a una volanda que estaba siendo operada por un trabajador. Tomaron a Rojas de un brazo cada uno y lo llevaron al Juzgado de la Subdelegación (conocido actualmente como la Casona Verde).
Tras intensos interrogatorios, el Juez Gacitúa se dio a la tarea de recopilar los restos mortales de la víctima. Fueron recuperados varios de estos “maceteros”, que en realidad eran tarros de manteca ya desocupados. Allí los asesinos habían puestos partes del infortunado trabajador, concluido su descuartizamiento.
Una de las partes que más dio problema fue la cabeza de la víctima, por lo cual la pareja tomó una decisión práctica: la arrojaron a un pozo séptico en las inmediaciones de Casa de Máquinas.
RESCATE DEL CRÁNEO
Allí fue cuando el aparato jurídico-policial reaccionó al desprecio por la vida manifestado por los victimarios. Ataron de la cintura al homicida y lo introdujeron al enorme pozo séptico colectivo, para que buscara la cabeza. Cada cierto tiempo lo subían, le arrojaban cubos de agua y lo volvían a sumergir, hasta que salió con el cráneo en sus manos.
La prensa tampoco fue clemente. Fotografiaron al asesino rodeado por sus captores y en el suelo, diseminados los restos del descuartizamiento de Emeterio, cabeza incluida. Posteriormente aparecería publicada en la prensa una de las imágenes más crudas que recuerde el periodismo policial chileno.
El 1 de enero de 1928 la pareja asesina fue trasladada en tren a Antofagasta. En la Estación local (actual Radio “Mejillones FM”) se congregó una gran cantidad de personas. Hubo trabajadores ferroviarios que intentaron linchar a Rojas, pero Carabineros controló la situación. En Antofagasta esperó una multitud. De Rojas nunca más se supo. Respecto a Amelia, la tradición señala que cumplió una larga condena, pero inferior a lo que merecía. Por último volvió a un Mejillones que ya no la recordaba.